Aún se le nota sobresaltado y preocupado. Hace más de treinta años vivió el horror en carne propia cuando México tembló como nunca lo había hecho. Entonces él, con sus manos, ayudó a desescombrar
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La voz tranquila, como acostumbra y el semblante, lo intuimos, a través de teléfono, serio, preocupado. Plácido Domingo ha vuelto a revivir un suceso que quería olvidar, desterrar de su mente para siempre: «No deseaba tener que revivir algo así porque aquello fue verdaderamente terrible y devastador. Aquellos momentos fueron tremendos, el horror que sufrimos, la angustia. Volver a pasar por ello me apena tanto». Echa la memoria atrás y vuelve a aquellos días atroces en los que el país que tanto ama, ese que tantas veces le ha prohijado y que incluso se adueña de su lugar de nacimiento, esa tierra donde pasó parte de su infancia, se resquebrajó. A él, en aquella ocasión, maldita sea, le tocó de cerca, pues varios de sus familiares vivían en D. F. y fallecieron sepultados bajo el edificio Nuevo León, en la céntrica zona de Tlatelolco, donde vivían. Al poco de enterarse de la desgracia el tenor se marchó para allí en un avión que le facilitó un amigo. Estaba entonces en Chicago y no dudó en unirse a las inmensas filas de gente anónima, como él en ese momento, que retiraba escombros con sus propias manos porque el tiempo apremiaba. La imagen, polvoriento y con una mascarilla, dio la vuelta al mundo y el artista se convirtió en símbolo mundial de la solidaridad. No se podía perder un segundo, era la diferencia entre vivir o morir.
Plácido Domingo ayer se lamentaba de que la naturaleza estuviera tan brava: «No nos da tregua. Los huracanes y la tierra que se abre. Hace unos pocos días con ese terrible temblor de escala 8,2 y ahora esto. No ha dado tiempo a recuperarse. ¿Por qué está pasando esto? ¿Por qué nos castiga la naturaleza?». Hace un alto en el camino para saber las últimas noticias. En Milán le pilló la noticia, pues ahora ensaya en La Scala, una de su tantas «oficinas», una de sus múltiples casas. «Me siento tan consternado. Es una noticia terrible para nosotros y para el país. Afortunadamente nos hemos podido comunicar con toda la familia y ellos están bien. Lo peor es que el número de víctimas se eleva, aumenta y cada momento que pasa son más. ¿Qué está pasando?». La pregunta le asalta en varias ocasiones durante la conversación. Y apenas tarda unos minutos para ponerse manos a la obra y hablar del cómo ayudar: «Vamos a ver qué podemos hacer. Cómo recaudar fondos para los que se han quedado sin nada. En poco tiempo marcharé allí a dar un concierto y mi idea es hacer un telemaratón y que la gente pueda ayudar económicamente, que cada uno contribuya en la medida de sus posibilidades. Le he estado dando vueltas y tengo que hacer algo». Lo dice con convicción y con la pena de quien lo sufre de cerca. «Hay todavía tanta gente atrapada, muchas familia que apenas tenían cobijo se han quedado sin nada. De la mañana a la noche lo han perdido todo. La diferencia con hace treinta y dos años es que las comunicaciones han cambiado una barbaridad, incluso el tener un teléfono cerca puede servir para salvar una vida. Además, la movilización ciudadana ha sido inmediata, lo mismo que sucedió entonces», explica.
La vida sigue, nos dice. Sigue para todos, «aunque a algunos les cuesta ahora demasiado. Es como ascender por una montaña que se antoja demasiado difícil de subir. El esfuerzo será grande, pero seguro que merecerá la pena, aunque tendrá que pasar tiempo para que todas las heridas, las físicas y las que no se ven, cicatricen», asegura en tono bajo. jamás ha tirado la toalla. «If I rest, I rust», es su lema. O lo que es lo mismo: «Si me paro, me oxido». Y volverá a México dentro de poco. Y calmará el dolor con su voz de tenor. De barítono.