No es sólo para mujeres, ni es un vino de segunda categoría: está alcanzando las mismas cotas de calidad que los mejores tintos y blancos.
Puede ser también una excelente base para apetecibles combinados veraniegos que te proponemos.
Entendido como un trago agradable y fresco que apetece prácticamente a todas horas, es innegable que el vino rosado está siendo uno de los principales responsables de atraer al público joven (e incluso adulto) al fascinante mundo de los caldos. Llevaba unos años de moda y en los últimos veranos ha dado un paso de gigante transformándose en el auténtico icono del estío, en el objeto de deseo en el chiringuito. Ha pasado de ser la oveja negra de las bodegas a, en muchos casos, el producto estrella. Las que lo producen han aumentado su volumen en torno al 30% en los últimos años –algo que seguirá incrementando durante el siguiente lustro– y el sector calcula que su consumo crecerá en España alrededor del 8 % a lo largo de 2017.
Su repentino éxito se debe en parte al cambio generalizado en la manera de percibirlo: antes el rosado era considerado por muchos como un vino de tercera categoría, pero se ha demostrado que, si se cuidan la materia prima y las técnicas de vinificación, puede alcanzar la misma calidad que el tinto o el blanco, con un sabor generalmente más suave que el primero y menos ácido que el segundo, lo que lo hace más atractivo para neófitos y para ser disfrutado durante la temporada estival.
De hecho, aún permanece vivo el mito de que se elabora mezclando tinto y blanco, cuando es una técnica en total desuso y que hoy en día no tiene ni pies ni cabeza. La razón por la que tiene su color se debe a que, al igual que el tinto, el zumo de la uva (siempre roja) está en contacto con la piel de la fruta durante la fermentación. La diferencia es que el rosado lo hace durante menos tiempo que el anterior, por lo que su color es menos oscuro.
Es un vino de sabor y aroma sutil que lo convierte además en un complemento ideal para maridar con muchos platos que también son habitualmente consumidos en verano, como los arroces, los pescados o los mariscos. También acompaña a la perfección embutidos y quesos no muy fuertes.
Representa sobre todo una nueva forma de beber a lo largo y ancho del planeta, desde las playas de EEUU (donde se consume incluso en lata) hasta las calas de Europa, pasando por las grandes capitales del verano (como Ibiza o Mikonos), donde llega a transmutar en una versión granizada o, mejor dicho, frosé, que han puesto de moda las celebrities.
Si no sabes de lo que hablamos, así es como se prepara: vacía una botella de rosado en un recipiente y mételo en el congelador durante cinco o seis horas, lo bastante para no dejar que se solidifique del todo. Mete el vino helado en una batidora y añade un poco de aperol (o similar) y zumo de limón. Si prefieres la variante más dulce y afrutada, puedes añadir un sirope natural de fresa (simplemente pon agua a hervir con azúcar, mete las fresas y deja reposar la mezcla fuera del fuego durante al menos media hora para que coja sabor, y enfríala en la nevera antes de echarla en la batidora). Bátelo hasta que tenga la consistencia de un slushie y mételo un rato en el congelador para que se endurezca un poco antes de servirlo y petarlo en Instagram.
Algunas bodegas también lo están proponiendo como excelente base para combinados aún más sofisticados. Como la riojana Ramón Bilbao, que está haciendo campaña para que este verano se consuma Fresh Rosé, hecho con ingredientes que complementan las notas de cata del vino rosado sin alterar su esencia floral. Esta es la receta, para que lo puedas preparar tú mismo:
1. Enfría una botella de Ramón Bilbao Rosé a 6º.
2. Coloca tres hielos grandes en la copa y remuévelos para enfriarla.
3. Llena la copa con Ramón Bilbao Rosé hasta cubrir los hielos.
4. Añade siete gotas de jarabe de fresa Monín y remueve.
5. Agrega una rodaja de pomelo u otra fruta cítrica, para realzar la frescura y aportar un sutil toque amargo.